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espionaje-Recuperado

Un tiro no me salvó.

Texto: Edgar Cajero / Ilustración: Pedro Guerrero.
Una segunda redada había comenzado en el distrito XXI del cuadro oeste del territorio. Se dice que esta vez iban contra todo aquel que hubiera escrito o pronunciado alguna palabra relacionada con los juegos de azar, práctica que ha sido pronunciada como un mal global, porque pone en riesgo la seguridad de miles de familias e instituciones alrededor del mundo.
“A veces creo poder ver cómo es que ciertas personas tornan sus ojos humanos en canicas pálidas de cobre, que miran idos hacia el infinito para luego volver a la realidad; el chico que vende el periódico junto al edificio es uno de estos. No me puedo fiar de gente sin ojos humanos.”
No sé bien como funcione esto, pero parece como si el Estado tuviera un ejército de diminutos oídos, capaces de contar todo lo que hacemos día a día, o es que ¿cómo fue posible que la semana pasada hayan entrado al departamento de mi vecina a destruir sus cultivos de plantas orgánicas? Era algo que sólo ella y yo chateábamos por dispositivos móviles y pláticas a la luz de la luna, nos grabábamos plantando, regando.
“Ayer decidí quemar toda mi ropa… no sé si los botones son pequeños micrófonos, sólo me queda una cobija, mi pluma, este papel donde escribo y una pistola. La baraja la enterré, pero estoy casi segura de que saben que jugué con ella alguna vez: mi vida peligra.”
Las guerras cambiaron, los ataques son sin bombas ni armamento, simplemente algunos días el metro se estrella sin razón alguna o aviones chocan entre sí por fallas en sus radares, los medios los llaman ciberejércitos.
“He dejado de comprar comida desde hace varios días, en las noches me paro fuera de los centros alimenticios y hurgo entre sus desperdicios; nanorobots habitan dentro de los alimentos y una vez dentro de nuestros cuerpos mandan nuestras conversaciones a la central del Estado.”
Los pequeños oídos deben de estar escuchando incluso mis pensamientos en este momento, no sé si pueda hablar con mis amigos acerca de esto, la baraja que compré hace meses, el huerto de mi amiga…no quiero desaparecer. Tengo la pistola al alcance, quizás un tiro en la cabeza sea mejor. Adiós.
Hola, soy Clemencia, formo parte de la red de espías conectados por un chip en el cerebro a la máquina central, nadie se salva, escuchamos y vemos todo. Terminé con mi angustiosa vida y ahora sirvo para oírlo todo.
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