Por Mílitsa Soto.
El acceso al conocimiento es sin duda, uno de los mecanismos de supervivencia más importantes de la humanidad; mediante él hemos desarrollado sociedades cada vez más complejas, desafiamos a la muerte, descubrimos, inventamos, hacemos de la ciencia ficción una realidad, … en fin, transformamos el mundo. Vivimos en una sociedad de la información, donde este recurso, además de tener un peso capaz de definir el rumbo de la historia, circula casi ilimitadamente por una multitud de canales. Así, desde la infancia nos vemos rodeados de toda clase de conceptos y saberes; sin embargo ¿El uso de la tecnología altera la forma en la que aprendemos?
Video tutoriales, blogs, infografías, apps, realidad aumentada, educación a distancia; el mundo de los autodidactas se reproduce sin límites invitando a los incautos a sumergirse en las profundidades del conocimiento para, en muchas ocasiones, llegar a perderse sin rumbo, provocando rezagos importantes en materia de aprendizaje. Tener acceso a la información no significa tener acceso a la educación; perfeccionar las facultades intelectuales no es una cuestión de cantidad sino de calidad, por lo que aún estamos imposibilitados para afirmar que la profesión del docente es obsoleta.
Si bien es cierto que existen un sinfín de deficiencias en el sistema educativo, la realidad es que la educación, para ser útil –y por utilidad me refiero a la capacidad de transformar al individuo y su entorno- requiere tanto del objeto de estudio en sí mismo como de la metodología; saber algo es resultado de un proceso en el cual el análisis, la reflexión y la puesta en práctica imperan como agentes decisivos al momento de medir la eficacia del estudio.
Por lo anterior, es menester señalar que la educación no representa información acumulada, es más bien un complejo entramado donde se ven involucrados diversos agentes como las emociones y vivencias del docente, e incluso del autor mismo de una idea; y es que, lo queramos o no, la academia sigue siendo un espectro humano, por lo que la apuesta del uso de TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) con fines educativos debe estar encaminado a generar espacios de interacción entre alumnos y maestros, en pro de una experiencia completa.
Vivamos esta época de cambio, adentrémonos en la espesura de la sabiduría que se erige frente a nosotros para potencializar nuestras capacidades, para heredarlas a otros.